“Sant Sebastià es muy bonito cuando hay gente. Cuando no hay gente, todavía lo es más. Es precioso”. No son palabras nuestras, las escribió el escritor ampurdanés Josep Pla en su libro El Meu País. Este era uno de sus lugares predilectos, y no es para menos.
El Faro de Sant Sebastià
Cuando llegamos a este faro de Palafrugell, uno de los más bonitos de la Costa Brava, en la provincia catalana de Girona, el sol empezaba a descender. El cielo azul, sereno, iba mutando a un color anaranjado, como indicio del espectáculo que estaba a punto de suceder ante nuestros ojos. A medida que pasaban los minutos, la gente se acumulaba en el mirador. Primero una furgoneta de turistas, cuyo guía les descubría la belleza del lugar. Luego un grupo de jóvenes extranjeros que estaban participando en algún casal de verano. “Perdona, ¿puedes echarnos una foto?”, me preguntaban. “Por supuesto”, les respondía yo. Otros se lo guisaban solos alargando el brazo y tomando un selfie. No era una velada romántica, para qué nos vamos a engañar. Bastante gente, demasiado ruido.
Pero, a pesar del barullo, estando en lo alto del monte, junto al faro de Sant Sebastià, resultaba imposible no sentir una inmensa sensación de paz. Todo era favorable. El verdor del entorno, el olor a húmedo que impregnaba el ambiente, los pinos y encinas como fieles protectoras del sol, dando un soplo de aire fresco ante las altas temperaturas y los agaves y chumberas otorgando un aire desértico a los barrancos rocosos.
Vistas privilegiadas de la Costa Brava
Las vistas des del mirador hicieron el resto. Las barquitas de pescadores se adentraban en el mar, al tiempo que el sol se perdía en el horizonte. Las farolas de Llafranc al frente y Calella al fondo se encendían lentamente. Y, en un instante, se hizo la luz. Una luz que venía y se iba, venía y se iba.
Bajamos a la plaza de Llafranc a cenar, andamos por el paseo, pasamos junto a las barcas atracadas en el pequeño puerto. Antes de irnos, comprobamos una última cuestión. Volvimos a subir a lo alto del monte. Nos sentamos en los bancos del mirador, los que horas antes el mogollón ocupaba. A la luz de las estrellas, pudiendo avistar hasta algún cometa, revivimos esa sensación de paz, pero elevada al cuadrado. Pla estaba en lo cierto: “Sant Sebastià es muy bonito cuando hay gente. Cuando no hay gente, todavía lo es más. Es precioso”.
INFORMACIÓN PRÁCTICA
Cómo llegar
Dónde comer
Visitas alternativas
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-Poblado íbero